Sostenibilidad
4 de noviembre de 2021

¿Qué hacemos para repetir el éxito de los 90? | María Cecilia Cifuentes

En esta profusa discusión que se ha dado últimamente sobre el neoliberalismo, Ignacio Walker planteaba hace algunos días que, el balance del experimento neoliberal de los Chicago Boys era mediocre en términos de crecimiento: 2,9%, mientras que los gobiernos de la Concertación, con sus políticas de crecimiento con equidad, habían logrado un resultado muy superior, de 5% promedio de crecimiento.

Primero, habría que decir que el promedio de crecimiento entre 1974 y 1989 es de 3,5%, y segundo, el 5% de los gobiernos concertacionistas deja fuera a Bachelet II, sino sería de 4,6%.

Pero además de eso ¿es justa esa comparación? Pienso que no, porque durante lo que Walker llama “el experimento neoliberal”, se cambiaron en forma radical las bases institucionales y económicas del país, lo que inevitablemente tiene costos de ajuste en términos de crecimiento.

El rápido proceso de apertura comercial significó la quiebra y transformación de un aparato industrial que era tremendamente ineficiente, lo que se tradujo en alto desempleo y bajo crecimiento en los primeros años. En 1990, cuando la Concertación inicia sus primeros y exitosos gobiernos, el país ya contaba con sólidas bases institucionales en materia de desarrollo, tanto en lo institucional como en lo económico.

Por supuesto, no pretendo con lo anterior restar mérito a esos primeros gobiernos concertacionistas, gracias a los cuales el país pudo lograr una combinación que le había sido esquiva por décadas; libertad económica y libertad política, una economía abierta junto con estabilidad democrática, lo que fue posible porque esos gobiernos tuvieron la inteligencia de mantener y profundizar el modelo de economía abierta, junto con el logro de un clima de amistad cívica y la búsqueda de acuerdos para las reformas que se vieron como necesarias.

El resultado es visible. En esa primera década, el país creció al ritmo promedio más alto de su historia: 6,1%, y 7,1% si no consideramos la Crisis Asiática. Sin embargo, en los años siguientes se fue deteriorando el impulso reformador pro crecimiento, se fue descuidando la libre competencia, y junto con peores resultados de crecimiento, se fue perdiendo también el clima de amistad cívica.

La larga bonanza del cobre fue un factor adicional en debilitar la noción sobre la importancia del crecimiento y la implementación de políticas públicas basadas en fundamentos técnicos. Lo más triste de esta historia es que, la constatación de los fracasos que hemos cosechado en los últimos años sólo ha profundizado los diagnósticos erróneos sobre el camino de salida.

En vez de intentar retomar el círculo virtuoso de libertad económica, democracia, amistad cívica y buenas políticas públicas, vamos exactamente en la dirección opuesta.

No es de extrañar entonces que los resultados que obtengamos sean desastrosos, y así parecen anticiparlos los mercados con el comportamiento de las tasas de interés, los precios de los activos financieros y el tipo de cambio.

Además de mucha preocupación y lástima por Chile, esta situación me produce impotencia, porque estoy convencida que somos mayoría los que nos damos cuenta de que este camino no es conducente, y más que quedarnos en una discusión sobre el nombre del modelo, lo que necesitamos es perfeccionar sus bases; el libre mercado, la democracia, el Estado de Derecho, la búsqueda de acuerdos, y muy importante, no seguir disparándonos en los pies con políticas públicas nefastas.

En la práctica, lo que separa a los llamados neoliberales de los concertacionistas, son detalles si comparamos esos proyectos de país con lo que nos ofrecen hoy las candidaturas de izquierda. Aún estamos a tiempo de evitar el desastre.