Hace 40 años el destacado neurólogo, psiquiatra y filósofo austriaco Viktor Frankl, hablaba de la necesidad de las personas de tener un propósito: “Lo que el hombre necesita en realidad no es un estado sin tensión, si no esforzarse y luchar por alguna meta digna de él”. Traigo esta cita a colación precisamente para reflexionar sobre lo que hoy enfrentamos en materia laboral y cómo encontramos -o no encontramos- un sentido a lo que hacemos.
Trabajamos por múltiples motivos. El económico, sin duda, es uno de ello, pero no es el único. Hoy las organizaciones y empresas debemos tener en claro no solo la promesa de marca, sino también la orientación interna que le damos a nuestros colaboradores y colaboradoras para que conecten con esa promesa corporativa y sientan pasión por lo que hacen. Y es que fomentar ese sentido es esencial para generar pertenencia y compromiso.
En la medida que las personas sientan que existe una dirección, un para qué, una razón de ser, y valores definidos, se genera un vínculo virtuoso entre sus necesidades y lo que el trabajo le entrega: ese “propósito” del que tanto hablamos.
A inicios de año, la empresa Laborum realizó un estudio titulado “Enamorados del Trabajo 2024” en el que participaron 4.932 trabajadores de Chile, Argentina, Ecuador, Panamá y Perú. En esa instancia se les preguntó qué harían si ganaran la lotería o no tuvieran la necesidad económica de trabajar, ¿qué harían? Un 68% dijo que seguiría trabajando. De ellos, un 30% trabajaría para crear su propia organización o emprender su propio proyecto y un 23% lo haría con menos presión y disfrutando de lo que hace con mayor relajo.
El dato me parece muy interesante, porque si bien es un juego fantasioso que todos hemos hecho alguna vez, habla del sentido que tiene para las personas el aportar en una organización, sentirse feliz y realizado gracias a lo que hace y su aporte.
Para ello, es fundamental crear prácticas efectivas en las empresas como la cooperación e innovación, generando el sentido del trabajo conjunto en la búsqueda de un propósito común. Creo que cada vez más, esas retribuciones son relevantes para quien forma parte de un equipo, y que permite agregar valor a sus expectativas de desarrollo tanto personal como de otros.
Estamos en un punto de la historia en que el trabajo significativo es un factor determinante a la hora de atraer y retener talento. Y la tarea no es sencilla, debemos ser capaces de entender las motivaciones de quienes componen nuestros equipos y generar los vínculos de estas con el sentido de nuestro quehacer, considerando adicionalmente, que debemos atender no sólo este propósito, sino también la forma de alcanzarlo, y es ahí donde, la confianza, conciliación, cuidado del otro y el trabajo en equipo son variables importantes.
Las empresas debemos ser capaces de reinterpretar este escenario. Las nuevas generaciones tienen aspiraciones diferentes a las que estábamos acostumbrados a tratar. Un informe de Jobatus, portal de empleos de España y Europa, reveló que los nacidos entre 1996 y 2010 no sólo están adaptados a la era digital y globalizada, sino que buscan la innovación, la diversidad y la colaboración en su trabajo. Su aspiración es aprender constantemente y tener oportunidades de movilidad e internacionalización. Algo muy diferente a los nacidos entre 1950 y 1964, quienes por sobre todo privilegian la estabilidad.
Ese es el verdadero reto. Considerando la gran diversidad de personas que conforman las organizaciones, debemos encontrar aquella coherencia y equilibrio entre la aspiración personal y el propósito institucional, y así alcanzar el sentido de pertenencia, orgullo y realización de todos y todas.