Mientras a finales de noviembre y a comienzos de diciembre las redes sociales se teñían de color naranja en los 16 Días de Activismo en el marco de la campaña mundial ÚNETE 2021, que impulsó Naciones Unidas con el fin de visibilizar y crear conciencia respecto de la importancia de prevenir y eliminar la violencia contra las mujeres, me cuestioné profundamente, desde lo personal, con mi equipo y en el espacio de las intervenciones que hacemos en Women In Management (WIM), sobre aquellas agresiones que se dan en el ámbito profesional y en el lugar de trabajo.
No ponemos el nombre “violencia” a las agresiones que ocurren en el lugar de trabajo. Incluso, escuchamos términos como micro-machismos, conceptos que van en retirada porque aun anteponiendo el prefijo “micro” no eliminamos el hecho de que estemos ejerciendo violencia o discriminación.
“No sabemos las batallas que cada uno está librando internamente; cuidado con las palabras que usamos”, fue uno de los mensajes compartidos hace poco por una persona que participaba en uno de nuestros talleres. Hablábamos de esos mensajes que como mujeres nos imponen un estándar de belleza y de un cuerpo perfecto que difícilmente podremos alcanzar. Expectativas de cómo debemos vernos, ser, actuar y vestirnos las mujeres en el mundo profesional.
Hablamos de nuestro color de piel, la edad, incluso del vello facial. Una encuesta de Kelton Research realizada en Estados Unidos en 2015, intentó averiguar hasta dónde estaban las mujeres dispuestas a llegar para dejar de preocuparse por su bigote. Descubrió que 18 millones de mujeres americanas estaban más estresadas por su vello facial que por sus finanzas.
Me parece aún más tremendo que apenas un 4% de las mujeres en el mundo se considere bella. Y es que -como dice Sandra Kim, Fundadora de Everyday Feminism- “nuestra sociedad patriarcal y kiriarcal nos enseña que no tenemos un derecho inherente al respeto por nosotras mismas, y que depende de la sociedad determinar nuestro valor”.
Pero ¿Qué nos pasa cuando nos enfrentamos a expresiones negativas o cuando lidiamos con la “gordofobia” o “body shaming” en un entorno profesional? Nos deja la sensación de que hay algo intrínsecamente mal en nosotras, que no somos lo suficientemente buenas, que no somos capaces.
¿Cuál es nuestra apuesta? Necesitamos cambiar el paradigma de cómo debemos vernos y de la edad que tenemos que alcanzar para ser gerentas, para tener opinión, para cambiar de carrera o para priorizar el cuidado del núcleo familiar. Desafiemos la representación tradicional, sobre todo considerando la interseccionalidad.
Necesitamos tomar conciencia de cómo nos hablamos a nosotras mismas, a quiénes seguimos, a quiénes admiramos; de cómo le hablamos a otras mujeres, evitemos opinar sobre cuerpos ajenos a los nuestros, y también, desde las organizaciones, impulsemos medidas no sexistas y la creación de redes de mujeres como instancia de apoyo. Es difícil, lo sé, pero juntas -en sororidad- podemos hacerlo más fácil.