En el mundo, a lo largo del año 2024, habrá elecciones en al menos 70 países, cuya población suma casi la mitad de la humanidad. Mientras tanto, hay más de cincuenta conflictos armados activos, veinte de ellos con más de mil muertes al año, y cinco con más de diez mil muertes anuales. Conflictos y democracias conviven peligrosamente en el mismo planeta.
En Chile, iniciamos este mes un ciclo electoral que continuará y marcará la agenda durante el próximo año. Han pasado 2 años desde el Rechazo, 5 años desde el estallido, 36 años desde el No, 51 años desde el Golpe, 206 años desde la declaración de Independencia, 483 años desde la llegada de Pedro de Valdivia a esta estrecha franja de tierra que hoy llamamos Chile. Me voy tan atrás en el tiempo para reconocer que el deterioro y la fragmentación del tejido social tiene profundas raíces históricas.
El Informe de Desarrollo Humano titulado “¿Por qué nos cuesta cambiar?”, recientemente publicado por el PNUD, destaca que “la confianza interpersonal en Chile alcanza un 15% y la participación en organizaciones un 22%, en ambos casos se trata de mínimos históricos”. La gran mayoría de las personas (68%) declara estar poco o nada dispuesta a involucrarse en actividades que impliquen organizarse para lograr un objetivo común, si eso implica sacrificar una parte de su tiempo libre. El Informe muestra que “las personas que creen que Chile estará peor en el futuro tienden más a percibirse a sí mismas con poca o nula capacidad de agencia para incidir en el rumbo del país”. Señala, además, que se quintuplicó el miedo, desde un 2% a un 10%, y disminuyó la esperanza, de un 17% a un 10%. Destaca que, pese a las decepciones, persiste el deseo de cambios profundos (75%) pero graduales (57%). Añade que “se mantiene la rabia y también las demandas expresadas en el estallido de 2019”.
El Estudio Longitudinal Social de Chile (ELSOC) publicado en julio por el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social COES señala que solamente un 8% responde que casi siempre se puede confiar en las personas y un 86% respondió que casi siempre hay que tener cuidado al tratar con las personas. La investigadora del CEP Sylvia Eyzaguirre en su columna “Desconfianza e injusticia, un cocktail explosivo” concluye que “los factores que propiciaron el estallido social siguen estando presentes y algunos incluso han aumentado”. Sebastián Edwards afirma en entrevista en La Tercera: “Chile se ha transformado en un polvorín”.
Por su parte, el Primer Estudio Nacional sobre Polarizaciones, presentado el pasado noviembre por la Corporación 3xi y Criteria, cuyos resultados están disponibles en este enlace, mostraba que el promedio de las polarizaciones políticas (31%) es mayor que las sociales (18%). En el ámbito empresarial, el estudio denominado Estudio Better Work 2024, desarrollado por Criteria y Butterfly dio a conocer que el 46% de los trabajadores chilenos reportan estrés, siendo esta la cifra más alta del índice en América Latina.
Frente a este escenario marcado por la desconfianza, la polarización y el estrés, la clase política tiene una responsabilidad en salvaguardar la convivencia, piedra angular de una democracia madura. Los partidos que hacen uso de fondos públicos y privados para financiar sus campañas deben asumir una profunda responsabilidad ética ante la sociedad a la que aspiran a representar. Amplificar los discursos polarizantes -que ya vimos en el pasado- puede agitar los ánimos en el corto plazo, pero a la larga sólo contribuye al deterioro progresivo del tejido social y obstaculiza la construcción de una convivencia cívica, sana y mutuamente enriquecedora.
Desde una mirada apreciativa, a lo largo de los últimos veinte años han surgido en Chile distintas iniciativas orientadas a la facilitación de encuentros y diálogos entre pares improbables que buscan contribuir a una cultura del encuentro. Los emotivos Encuentros en Lo Alto convocados por la Corporación Desafío de Humanidad, las inspiradoras cumbres de innovación social Aconcagua Summit de 2011 y 2013, los encuentros 3xi en distintas regiones y temáticas, el Encuentro Nacional de Vinculación Social ENVIS que convoca anualmente Balloon Latam en la ruralidad, los procesos sostenidos por “Tenemos que hablar de Chile”, los diálogos locales de Chile Regenerativo, las iniciativas de Chile Emerge, los encuentros formativos de Art of Hosting y otras iniciativas apoyadas desde la sociedad civil son destacables ejemplos de esfuerzos orientados al fortalecimiento del tejido social. Tienen en común propósitos nobles, métodos probados y sistematizados. Me pregunto si tendrán por separado la capacidad suficiente de incidir y mover la aguja en la escala del desafío país o si lograrán articularse de algún modo para hilar más fino cada puntada de ese tejido para ampliar su alcance y profundizar su impacto.
Frente a la debilitada capacidad de la clase política y las iniciativas de la sociedad civil organizada -bien intencionadas, necesarias pero tal vez aún insuficientes-, las empresas tienen un importante rol que cumplir en el cuidado de una convivencia sana, pacífica y democrática. Muchos proyectos empresariales con vocación de permanencia tienen claridad de la relevancia estratégica de una vinculación sistemática con las comunidades aledañas. Otros lo han aprendido a golpes, como reacción frente a conflictos socioambientales. Muchos pasamos más tiempo en el lugar de trabajo que en nuestro hogar. Por ello, las empresas pueden ser una pieza clave en la humanización de la convivencia, tanto hacia dentro, velando por climas laborales saludables (atención a la Ley Karin, vigente desde agosto), como hacia fuera, cultivando relaciones comunitarias de largo plazo y apoyando programas que fortalezcan el tejido social del que ineludiblemente forman parte, y del cual depende inexorablemente la sostenibilidad de su negocio.
En este tiempo de campaña electoral, no olvidemos nunca que al día siguiente de cada votación, el otro seguirá ahí. El otro o la otra: esa persona que piensa distinto y que vota distinto, con quien tal vez te cuesta relacionarte. Tu vecino, tu suegra, tu compañero de trabajo, tu cliente, tu jefe, la profesora de tu hijo/a. Nos guste o no, a menos que optemos por una isla desierta o un búnker o una vida de ermitaño, estamos destinados a convivir con otros, a compartir un futuro común.
¿Qué conversaciones necesitamos convocar y sostener en este tiempo para humanizar la convivencia en nuestro entorno? ¿Qué mínimos son necesarios para convivir con nuestras diferencias? ¿A qué estamos dispuestos/as para encarnar una convivencia profundamente democrática con nuestro entorno?