De los 10 países con mejores índices de equidad de género, 8 son europeos y pertenecientes al grupo de naciones más ricas del planeta, todas con alto desarrollo humano y acceso universal a salud y educación. En el lado opuesto, los 10 países que peor se desempeñan en este ranking son todos pertenecientes al mundo musulmán y están ubicados en Asia o África (esto de acuerdo con el Gender Equality Gap del Foro Económico Mundial). Es necesario advertir que la equidad de género no es un tema de geografía, sino con cómo se perciben los derechos humanos y la diversidad para crear valor compartido para las sociedades en el largo plazo. Así de simple.
Ruanda, que fue escenario del genocidio de la población tutsi a manos del gobierno a mediados de los 90, impulsó en la última década una serie de medidas obligatorias para mejorar la incorporación de las mujeres a distintos aspectos de la vida pública del país. Eso le permitió estar hoy entre el selecto grupo de las naciones con mejores índices de equidad de género, junto a Islandia, Finlandia, Suecia o Nueva Zelandia. Sí, y lo hizo obligando a empresas y al Estado a sumar mujeres a la educación, la salud y al sistema de representación política, de modo de cerrar de manera comprobable las grandes brechas que, por cultura, por historia y por machismo, se habían enquistado en una sociedad debilitada por la guerra y la pobreza.
Los resultados están dando fruto de a poco, pero son comprobables. Acá, al otro lado del planeta, aún sorprenden las posturas de algunos hombres, muchos de ellos líderes de empresas y organizaciones gremiales, que a sotto voce ven a la obligatoriedad de sumar a más mujeres a los directorios de empresas, como una amenaza y como si todas estas iniciativas de equiparar el número de mujeres en cargos directivos del mundo privado fuese una suerte de “fantasma feminista” que baja por las colinas con el afán de apoderarse de algo que es una suerte de derecho adquirido de los hombres: el poder.
Directorios, empresas, gobiernos, sociedades más diversas, más completas y menos uniformes, dan vida a entidades más ricas, más dúctiles y eficientes para enfrentar los distintos desafíos en un mundo cada vez más complejo. Y si hay que hacerlo de manera obligatoria como punto de partida, pues bienvenido. Porque hasta ahora, nada nos ha sido entregado ni gratis, ni por las gracias.