4 de diciembre de 2019
Agenda 2030: la mejor receta para el desarrollo de Chile

Este 4 de diciembre, en el Cuerpo B Economía y Negocios, publicamos el quinto artículo de la alianza editorial junto a El Mercurio.

Este miércoles 4 de diciembre fue publicado en el Cuerpo B Economía y Negocios el quinto artículo de nuestra segunda alianza editorial junto a El Mercurio llamada “Camino a la COP 25”, referente a la Conferencia de las Partes que se está realizando en Madrid, España.

En esta oportunidad apareció el reportaje “Agenda 2030: la mejor receta para el desarrollo de Chile”, que trata sobre los 17 objetivos impulsados por Naciones Unidas, que apuntan al crecimiento económico, social y ambiental de los países.

Junto a esto, presentamos casos de empresas socias en materia de desarrollo sostenible, alineados a la Agenda 2030. Esta vez, se destacó la labor realizada por Falabella.

Revisa el texto original acá

 

Agenda 2030: la mejor receta para el desarrollo de Chile

Son 17 objetivos con foco en el crecimiento económico, social y ambiental de los países, pero con un sello distinto: la sostenibilidad como eje central.

 

“Tiempo de actuar”, fue el llamado escogido por el Gobierno de Chile para resumir la convicción que existe para enfrentar la actual crisis climática y movilizar a los demás países miembros de Naciones Unidas a tomar medidas concretas en pos de esa ambición. Justamente es en ese marco internacional, donde la frase toma mayor relevancia, ya que una de las palancas fundamentales para impulsar la acción climática, es la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, la que nace en 2015 con una fecha límite en su nombre, y que a través de 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con 169 metas específicas, da luces de crecimientos sobre las tres dimensiones del desarrollo humano: crecimiento económico, inclusión social y protección ambiental.

“Para nosotros, los 17 ODS son de vital importancia para lograr nuestro propósito, que es aumentar los niveles de cohesión social para llegar a un desarrollo país, medido no solo en términos económicos sino, también, sociales y de prosperidad y confianza entre los ciudadanos”, dice Sebastián Sichel, ministro de Desarrollo Social. Esta agenda nació respetando las políticas y prioridades de cada país, y su creación se basó en las diferentes realidades, potencialidades y niveles de desarrollo.

El primero de los ODS, por ejemplo, apunta a poner fin a la pobreza, el segundo a terminar con el hambre, el tercero a asegurar una vida sana, y cuarto a garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad. Es este ODS, el 4, el que profundiza en cómo la educación puede mejorar la calidad de vida de las personas y ser el punto de partida para que la sociedad se desarrolle en su conjunto.

Junto a esto, es una de las exigencias que se instalaron en las demandas sociales de 2006, 2011 y, por cierto, en las actuales.

DESARROLLAR INICIATIVAS

Distintas organizaciones y el Gobierno han intentado avanzar en esta materia, y durante 2018 el Ministerio de Desarrollo Social, elaboró el “Mapa de la Vulnerabilidad”, herramienta que buscaba identificar, priorizar y gestionar a 16 grupos vulnerables, de los cuales uno de ellos, incluye a niñas, niños y adolescentes que han sido excluidos del sistema escolar, y otro, a adultos con escolaridad incompleta.

“Nos hemos centrado principalmente en los temas de deserción escolar. Estamos desarrollando una política para pasar de una lógica reactiva a una preventiva. De hecho, en septiembre de 2019, lanzamos en conjunto con el Ministerio de Educación, un sistema de alerta para reducir la deserción escolar, que permite detectar —a tiempo— a niños, niñas y adolescentes (NNA) que estén en riesgo de desertar, para luego acompañarlos, apoyarlos y así evitar que queden excluidos del sistema escolar. Es fundamental involucrar a NNA en la construcción de la sociedad que queremos. Es el punto de partida fundamental para lograr la cohesión social”, finaliza el ministro Sichel.

Desafíos y avances

Pero, ¿se ha visto un progreso en educación? Para Carlos Vargas Tamez, jefe de la Unidad de Desarrollo Docente de la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe OREALC/UNESCO Santiago, el país presenta altas tasas de cobertura (matrícula) en la educación básica, de estudios completos, y un índice de alfabetización casi universal, pero se encuentra por debajo de los índices de Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en las metas más complejas.

“Hay algunas mejoras en matemática en primaria y en la prueba PISA hay puntajes estables desde 2006, sin embargo, las mayores deudas están en los aprendizajes, ya que hay pocos avances en los últimos años. Un campo de trabajo urgente es también la educación inicial, cuyos indicadores son inferiores al promedio regional. Mientras que en muchos países se garantiza al menos dos años de educación inicial, e incluso tres, en Chile solo se garantiza uno, cuyo acceso depende en gran medida del nivel de ingreso de los hogares”, señala Vargas.

Si bien hay un desarrollo en infraestructura y cuerpo docente, existen diferencias considerables por nivel socioeconómico, área de residencia (urbano y rural) y, especialmente, por origen étnico. “Este último punto, finalmente, también es relevante en otros de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y es una de las deudas pendientes del país”, afirma Vargas.

Por eso, según el especialista, se requiere de una mayor inversión en educación, en particular, en políticas y pedagogías que promuevan la inclusión y equidad entre estudiantes, especialmente entre los grupos sociales menos aventajados, como la población migrante, con discapacidad, y pueblos indígenas.

“Para abordar la desigualdad educativa, factor decisivo para la reproducción de la desigualdad social, se hace necesario desplegar apoyos intersectoriales a estudiantes vulnerables para promover la retención y continuidad educativas, abordar las causas estructurales de fenómenos como la repitencia y la desvinculación escolar”, indicó.