Para quienes fuimos testigos de los tiempos del “no estoy ni ahí” resulta esperanzador ver como cada día más personas -especialmente jóvenes- no sólo se involucran de cuerpo y alma en los temas que les interesan, sino que se esfuerzan día a día por marcar la diferencia.
Y esa diferencia se hace patente cuando hablamos de sustentabilidad. En un planeta que pide a gritos que nos hagamos cargo, es precisamente eso lo que estamos buscando: más personas dispuestas y comprometidas a hacerse cargo.
Como Coca-Cola hemos tomado este desafío como uno de nuestros pilares. Y las botellas retornables se han transformado en una de nuestras banderas principales.
Estos envases han estado en la vida de los chilenos desde siempre. Son parte de nuestro ideario cultural y una idea de exportación. En los ’80 la botella era de vidrio y su elección estaba muy condicionada por el precio: siempre este tipo de empaque fue más conveniente para el bolsillo y siempre fue parte fundamental del stock del clásico almacén, donde todos nos proveíamos. Pero la verdad es que nunca ha dejado de estar entre nosotros. La modernidad trajo consigo nuevos empaques, conocimos las latas y las botellas plásticas en distintos tamaños. Y las retornables también fueron parte de esa modernización: nuevos formatos, individuales y familiares y la incorporación del plástico como una alternativa más liviana y versátil para poder transitar hacia formato familiares de 2, 2.5 y hasta 3 litros.
Pero la modernidad también trajo consigo el necesario aumento de la conciencia medioambiental. Términos como reciclaje, economía circular y segregación empezaron a ser parte de nuestro lenguaje cotidiano.
Y es ahí donde la idea de “ser diferentes” se hizo más fuerte.
Hoy tenemos el contexto de una nueva ley que obliga a aumentar la disponibilidad de estos envases en más comercios. Y nuestro desafío es precisamente ese: llegar a la mayor cantidad de personas posibles en todos los espacios disponibles: supermercados, almacenes, tiendas de conveniencia y online. Lo que queremos es que la decisión de comprar estos empaques nunca se frustre por falta de disponibilidad.
Y el factor medioambiental ha sido de gran peso en esta decisión. Los envases retornables son el ejemplo perfecto de economía circular: pueden usarse hasta 12 veces en el caso de los plásticos y hasta 35 en el caso de los vidrios y siempre terminan su vida útil en la planta de fabricación y llenado, convirtiéndose en nuevos insumos, como javas para transportar bebidas.
Y no sólo eso, un estudio del Dictuc y de la empresa B TriCiclos certificó que su utilización implica un gran ahorro en huella de carbono: la sola utilización de 2 envases retornables durante 1 año ahorra tanto CO2 como si 200 mil chilenos decidieran no tener auto, lo que equivale al 10% del parque automotriz de Santiago.
Al reutilizar estos envases, además, se introduce una cantidad menor de plástico nuevo al mercado. Sólo en un año el impacto puede llegar a las 160 mil toneladas menos, lo que equivale a los árboles plantados en 28 mil hectáreas de terreno, es decir, tres veces la superficie de la isla Juan Fernández.
Las retornables son una elección 100% positiva: más económica y más sustentable. Sólo hay que ponerse a tono con los tiempos y dejar a través la indiferencia… para ser diferentes y enorgullecernos por eso.