Seamos o no el laboratorio del mundo o parte de la tierra prometida del nuevo mundo, lo cierto es que transitamos por una tierra bendita, pero caminamos por ella medio a ciegas, sin vernos a nosotros mismos, y peor aún, sin vislumbrar un norte claro, esforzándonos para ponernos de acuerdo acerca de qué tipo de futuro quisiéramos y qué reformas estructurales debemos asegurar para llegar a ese estado deseado.
Desde hace décadas, la minería ha sido uno de los sectores más castigados, especialmente por el desacople de percepciones, expectativas y especialmente por el gran desconocimiento de un parque productivo que enfrenta hoy tremendas complejidades e incertezas, añadiendo ahora la tentación de algunos constituyentes dispuestos a “disparar a los pies de Chile”, esos que laboran sub terra.
Es sabido que en estos últimos 30 años la minería en Chile ha contribuido con un promedio de 20% del PIB, más de 50% de las exportaciones, aportando unos US105.000MM si sumamos la producción pública y privada y decenas de miles de empleos de calidad en forma directa, indirecta e inducida. Pero los ciclos se comportan como tal, y siendo el país una zona de alto potencial geológico, hoy la realidad para la industria es muy distinta, enfrentada a un futuro incierto si tomamos malas decisiones.
La actividad minera, por esencia intensiva en capital, cíclica y de largo plazo, enfrenta ahora el envejecimiento de los principales yacimientos y la caída en las leyes del mineral, pero también la escasez de nuevos descubrimientos y una progresiva pérdida de productividad y competitividad, explicadas en parte por nuevas y más estrictas regulaciones en el ámbito ambiental; crecientes demandas sociales y políticas, a lo que se agrega la actual arquitectura de concentración de propiedad minera y el desincentivo a la inversión prospectiva, justamente en tiempos cuando más necesitamos dinamizar las prospecciones y activar un parque industrial que es y pudiera seguir siendo el pilar de nuestra economía y del Estado, de cara a todos los desafíos que enfrenta el país y que tendrán que ser financiados.
Legitimar el proceso de cambio constitucional y solidificar la estabilidad -tan característica y reconocida de nuestro país- va también de la mano de la imperiosa necesidad de “repensar la industria”, a efecto de ser prácticos y serios en las transformaciones futuras que necesitamos. Para ello, vamos a requerir la consolidación de un modelo productivo mixto, sólido y adaptativo, con nuevas ecuaciones de empresas privadas y estatales; asegurar la sustentabilidad ambiental de la industria, y un Estado, en tanto dueño de la riqueza mineral, que defina con claridad y oportunidad cómo y quién se hará cargo de los pasivos ambientales históricos, definiendo un régimen tributario que sea sostenible para la Industria y por ende al país.
Si bien existen ciertos consensos respecto que llegó la hora de tomar determinaciones que serán fundamentales para la industria como reemplazar el IEAM por un Royalty, la discusión y trade-off será cómo lo implementamos finalmente, si con impuestos diferenciados por grado de contenido local, con una estructura de componentes de ventas (producción) y rentas mineras (rentabilidad operacional), si logramos que no sea expropiatorio pero que retribuya con justicia a la contraprestación del Estado, otorgando las flexibilidades que requieren nuestras pequeñas y medianas industrias, y las garantías de una invariabilidad tributaria por vía legal, clave para generar estabilidad atrayendo a nuevos inversionistas y echando a andar los motores de tantos proyectos hoy detenidos.
Para mantener la competitividad y lograr dar el ansiado salto hacia una minería verde 4.0, vamos a necesitar reinyectar recursos e invertir sistemáticamente en desarrollo y adaptación tecnológica para que Chile sea de una vez epicentro de desarrollo de nuevas tecnologías, que también pudiéramos exportar al mundo, diversificando nuestra base productiva. Se nos viene empujar juntos -sector privado y Estado- el desarrollo paralelo de una industria de fundición y refinación que sí cumpla con estándares ambientales para agregar valor a nuestra producción, estandarizar el uso eficiente de recursos hídricos, incorporando en los distritos mineros energía de fuentes renovables y la generación de incentivos para impulsar la necesaria exploración, pues agua arriba y aguas abajo, es urgente dinamizar los proyectos y encadenamientos productivos.
¡Nuestros recursos NO están agotados, sino más transitoriamente restringidos!
Chile tiene todas las opciones a su alcance, dar un salto crucial para potenciar y establecer reglas del juego claras a la industria, u optar por el “asalto” a uno de sus motores y sectores más estratégicos, en momento en que necesitamos apuntalar la economía y responder a las demandas de un mercado internacional.