En medios de comunicación, enero es un desierto de noticias. Menos este año, en que hemos vivido algo bastante insólito, por decirlo de manera simple: hombres y mujeres adultos, algunos con varios títulos universitarios a cuestas y plataformas públicas para exponer sus ideas, cuestionaron con cierta indignación un nombramiento en la nueva administración por la simple razón que faltaba un estado civil que así lo justificara.
Me refiero al anuncio de Irina Karamanos como Primera Dama en el gobierno de Gabriel Boric. En los inicios del año 2022, cuando si revisamos cifras oficiales del Registro Civil, entre octubre de 2015 y julio de 2021, se registraron un total de 333.272 matrimonios y 40.894 AUC, con una baja sostenida respecto a décadas anteriores. Mismo país donde el 75% de los niños y niñas nacen fuera del matrimonio.
En acaloradas conversaciones en redes sociales, se dedicaban varios a hablar con desprecio de concubinato, mérito, falta de legalización como pareja. Se pedía papeles al día. En pleno 2022, el estado civil era el gran tema de la conversación pública, lo que es -nuevamente, siendo simplista- una señal extrañísima de desconocer el nuevo Chile que se está gestando, donde esos hitos sociales ya no son significativos. Donde casarse ya no es el hito de bienvenida a la adultez. Donde la diversidad es un valor que ya se ha reconocido como tal. Donde hoy, sin ir más lejos, se nombra un gabinete con mayor presencia femenina que masculina. Sin embargo, el viejo Chile, ese que es fiel a preguntar al conocer a alguien “¿de qué colegio saliste?” como forma solapadada de ubicación en el mapa social de la gente como uno, no se digna a comprender el cambio. Se resiste una porción de nuestro país a comprender que el tejido social ahora se acomoda hacia otras validaciones.
El estado civil como obsesión es, por decirlo de alguna manera, muy noventas. Donde la separada era apuntada con el dedo, donde los hijos de madres solteras tenían otro estatus legal. Sin embargo, cada cierto tiempo se despierta esa obsesión por la argolla y la firma. Lo veo en Twitter, donde muchas veces se usa el “señora” como un insulto solapado, como un llamado al orden, como una manera de recordarle a ciertas mujeres que la edad es un tema.
Confío en que avanzamos a una sociedad que en todos sus estratos sepa leer mejor el Chile que está naciendo. Donde las etiquetas que antes eran usadas para simplificar y excluir, desaparezcan, se desvanezcan, y aprendamos a valorar la riqueza de vivir sin ellas.
Soñar no cuesta nada. Y hay algunos a quienes nos encanta hacerlo.