En una cultura empresarial conectada con las exigencias globales del presente, el objetivo de solo generar rentabilidad ya no es suficiente.
Hoy en día, las organizaciones operan en un contexto marcado por crisis globales, como el cambio climático, la desigualdad y la pérdida de biodiversidad, donde sus decisiones impactan en las comunidades, los territorios y el medio ambiente.
Al mismo tiempo, se enfrentan a grupos de interés y una ciudadanía cada vez más empoderada, a nuevas regulaciones nacionales e internacionales exigentes, y a inversionistas que integran progresivamente factores ESG en sus decisiones de inversión.
Son estas regulaciones donde la transparencia y reportabilidad emergen como conceptos clave para pasar las pruebas de blancura para las empresas, donde no solo las normativas si no el mundo, les exige mayor compromiso y coherencia. ¿Cómo se logra pasar esta prueba?
No es imperante salir impoluto, sino que es una invitación a que las organizaciones miren hacia su interior, analicen cómo mejorar y gestionar los impactos de su quehacer, dimensionar los riesgos, fortalecer las confianzas y, con ello, conectar con esta nueva forma de hacer negocios.
Si bien las normativas apuntan a medir para mejorar, pues “lo que no se mide no se puede gestionar”, también surge el desafío de cómo comunicarlo. Su cumplimiento implica transparentar lo que ocurre (y lo que no) al interior de las organizaciones y evaluar aspectos que antes no estaban considerados en los procesos de reportes. Pero a su vez, nos brinda otra oportunidad: tener ambición.
Las Memorias Integradas deben dar cuenta de la identidad de la organización y su propósito, de sus principales desafíos y sus objetivos en el corto, mediano y largo plazo. Para poder elaborarlas, las organizaciones han tenido que abrir conversaciones en todas las áreas y con todos los miembros de la organización, e idealmente también con todos sus grupos de interés.
Este ejercicio demanda un trabajo extra, pero es también una oportunidad de comunicar lo relevante, comprometerse con metas ambiciosas y reportar transparentemente avances (y -más difícil aún- reveses), ayudando a generar una mayor confianza en las empresas.
El detergente de la trasparencia es el más potente, pues revela el verdadero color de una empresa o quién brilla en los negocios sostenibles. Disponer mayor información pública, incentiva a las empresas a tomar más responsabilidad para toda la cadena valor, incluyendo proveedores, y todo el ecosistema que rodea a una organización. Admitir un error no es una mancha en la reputación, sino una oportunidad para demostrar compromiso con la mejora continua.
La “Prueba de la Blancura” es más que una simple evaluación. No basta con ser bueno, hay que ser mejor, puesto que al final del día, los verdaderos ganadores somos nosotros, todos, los que podemos vivir en un mundo empresarial más sostenible y más consciente.