Personas y Trabajo
31 de diciembre de 2020
Las mujeres lideraremos el desarrollo de una sociedad más justa e igualitaria

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Si algo ha quedado claro este 2020, es que las mujeres somos y seguiremos siendo el gran factor de desarrollo social, económico y ambiental a nivel mundial. Ya sea en el ámbito privado o público, nos hemos destacado por nuestro liderazgo y por responder oportunamente ante las crisis, especialmente este año, marcado por una pandemia que ha sido catalogada como el mayor desafío tras la Segunda Guerra Mundial.

Nuestra capacidad de decidir y de dirigir es transversal. Cruza la vida familiar y laboral, cumpliendo un rol preponderante y esencial en nuestros entornos.

Si nos referimos a las empresas, nuestro sello ha estado en ubicar a las personas en el centro de los negocios, en el compromiso con el bienestar y la salud de nuestros colaboradores y en la transparencia en la comunicación. Pero esto no es algo nuevo, somos muchas las que llevamos un buen tiempo instalando y empujando estos temas en la agenda empresarial.

Un reflejo de este esfuerzo fue el reciente ranking elaborado por Merco Chile, donde siete mujeres figuramos entre los 100 líderes con mejor reputación corporativa. Si bien es un avance respecto a la medición anterior, donde solo aparecimos cuatro en la lista, aún queda camino por recorrer. Espero y confío en que esta cifra se incrementará el 2021 pues, en un año de inflexión y de poner en práctica lo aprendido, la brecha de género será uno de los focos importantes de las políticas públicas.

Para avanzar en este tema la clave es el desarrollo sostenible. Estoy convencida de eso y cada vez somos más los que comparten esta mirada: La incorporación de mujeres en la toma de decisiones no solo es buen negocio desde una perspectiva económica, también es parte del deber ser de la empresa la que, como organización social, tiene la responsabilidad de impulsar transformaciones profundas y trascendentes que permitan que todos y todas ejerzamos nuestras posibilidades, sin limitaciones.

Sin duda la falta de oportunidades y la histórica invisibilización de nuestro trabajo, remunerado y no remunerado, han impedido que sea valorizado nuestro real aporte a la sociedad, que podamos crecer profesionalmente y que se potencien todos nuestros talentos.

Hoy estamos evidenciando, en todos los escenarios, la fragilidad de lo avanzado en materia de igualdad de género que, en nueve meses, ha retrocedido en más de 10 años de desarrollo. Por una parte, las mujeres que tienen un trabajo formal están dedicando más tiempo que sus parejas a realizar tareas del hogar y al cuidado de niños, niñas, adolescentes y adultos mayores, lo que ha llevado a que al menos 900 mil mujeres (datos INE) se hayan retirado de la fuerza laboral en los últimos doce meses en Chile.

También hay mujeres que, por iniciativa propia, asumieron el cuidado colectivo de terceros y con escasos recursos para hacerlo. Según cifras entregadas por el Ministerio de Desarrollo Social, entre marzo y octubre de 2020 cerca de 223 ollas comunes, en diversas comunas de Santiago, fueron encabezadas por mujeres.

A esto se suma la caída de la actividad económica, que hará que las mujeres que normalmente ganamos hasta un 30% menos que los hombres, seamos más vulnerables a los despidos y con ello crezca el número de aquellas que tengan que optar por trabajos informales.

Tal como planteó hace unos meses ONU Mujeres, “los impactos de las crisis nunca son neutrales en materia de género, y el COVID-19 no es la excepción”. Por eso en el escenario actual, en el que debemos reactivar la economía con un sentido de urgencia, tenemos la obligación de hacerlo bajo un enfoque de género. Y no por una cuestión de justicia social, que es vital considerar, sino porque las reglas del juego han cambiado.