En algunas ocasiones decimos que no somos “ese tipo de hombre”, que no ejercemos actos de violencia hacia las mujeres, lo femenino o cualquiera que se considere fuera del espacio de varones.
Sin embargo, hay tantas víctimas de violencia de género y es un enigma que no podamos reconocer a ningún varón de nuestro círculo con esas conductas. Esto es, probablemente, porque tenemos “límites” imaginarios que nos dejan fuera de ese concepto de violencia.
Pero ¿Dónde realmente esta nuestro límite? ¿Está en condenar actos como la violación en grupo a una mujer? ¿En no permitir el acoso?, ¿Reordenando nuestras tareas domésticas?, ¿No teniendo grupos de WhatsApp con fotos de mujeres? ¿No hablar de su físico o su vestir?, ¿En no hablar mal de colegas cuando ascienden? o ¿Nuestro límite solo aplica a mujeres que conocemos?
Un límite difícil de ver a veces, difícil de racionalizar y, por sobre todo, muy lejano a lo que hoy estamos buscando, o al verdadero actuar que debiésemos tener, que realmente genere equidad en nuestros espacios.
El comenzar a reeducarnos en perspectivas de género, ver y entender estos límites, es uno de los pasos más necesarios para erradica la violencia patriarcal. Pero, ¿qué sucede cuando tengo el conocimiento de lo que es la violencia de género, pero aun así somos perpetuadores de ella?
Dentro de los violadores de Palermo, Argentina, destacaban que iban a marchas, talleres, escribían de género y, además, participaban de una violación en grupo, tocando guitarra para que no se escucharan los gritos de la víctima.
En mi opinión no basta con un trabajo personal, sino que las masculinidades deben construirse desde el ser colectivo y en conjunto. Y es que la violencia hacia las mujeres está arraigada y naturalizada en la desigualdad de género, el acceso al trabajo, la discriminación, normas culturales y sociales: un sistema que en su conjunto precipita esta violencia hacia las mujeres.
La violencia que ejercemos impacta en la educación, oportunidades de empleo, generar ingresos y avance en el lugar de trabajo, lo que limita en casi su totalidad la construcción de la vida de las mujeres.
Tengo muchas preguntas para mí y para mis congéneres y casi ninguna respuesta ¿Podemos hacer algo distinto? Quizás el primero paso es reubicar el mensaje: No somos parte del problema, somos el problema.