Cuando nos preguntan sobre el aporte de la Diversidad e Inclusión (D&I) en las organizaciones, no dudamos en responder que se trata de un buen negocio, de hecho, lo es, ya que, por ejemplo, según McKinsey (2018) la diversidad en los equipos ejecutivos guarda una fuerte correlación con la rentabilidad y la creación de valor dentro de las compañías. Pero, ¿Es suficiente este argumento? ¿Qué tan sostenible es la idea de empujar la D&I mientras sea un buen negocio? ¿Qué pasaría si no lo fuera o dejara de serlo?

Tengo la convicción de que sostener la inclusión, la igualdad y la sustentabilidad en algo tan volátil como el “negocio”, es peligroso. Este último año hemos visto cómo en el marco de la crisis sanitaria, económica y política, las mujeres, las personas migrantes, quienes se encuentran en situación de discapacidad, las disidencias sexuales, etc., han visto mermada su calidad de vida y -en algunos casos- incluso cuestionados sus derechos. Por esta razón, es que apuesto por el sentido de justicia que está detrás de todo esto. La justicia es un imperativo si queremos construir una sociedad más inclusiva.

Un ejemplo claro de aquello, es lo que sucedió con la abolición de la esclavitud en EEUU, donde pese a existir un exitoso caso de negocio –  ya que la esclavitud sentó  los cimientos de Wall Street- prevaleció un razonamiento claro por parte de la sociedad: el negocio no puede estar por sobre la justicia. Con esto quiero mostrarles el enorme poder movilizador que tiene bregar por lo justo.

Entonces, ¿Qué hacemos si lo justo no es un buen negocio? ¿Si la gestión de la D&I deja de ser rentable? Los invito a seguir empujando la inclusión de la diversidad desde la vereda de la justicia, ya que más allá de las intersecciones de nuestras identidades, todas las personas merecemos desarrollarnos en ambientes laborales libres de discriminación y desigualdad, sea cual sea el contexto social, económico y/o político.

Ni un paso atrás con la D&I.