Sostenibilidad
19 de abril de 2022
¿Cuál es el problema? | Felipe Gerdtzen

Tengo un amigo que tiene la capacidad de hacer pensar mejor al resto con preguntas sencillas y al hueso. Una de ellas tiene 4 palabras “¿Cuál es el problema?”. El mérito es que obliga a definir con claridad el asunto que se debe mejorar y a tener un diagnóstico certero sobre el cual operar. Es una invitación a dejar atrás respuestas ideológicas predeterminadas y tomar contacto con la realidad sin prejuicios. A mí me ha servido mucho en el diseño de campañas como “Mi Causa mi Mega” y “Desafío Tierra”. Nos lleva a una dimensión práctica que permite un espacio de colaboración mucho más abierto, creativo y efectivo que el debate político, lleno de amenazas y descalificaciones de unos hacia otros.

La transición ecológica necesita la creación de amplios espacios de colaboración que deben crecer en el tiempo. Sólo lo lograremos si cambiamos paradigmas claves de nuestra convivencia social, como la competencia y el individualismo.

Pero ¿cuál es el problema? Aquí ofrezco mi hipótesis. 

Creo que el problema social más grave que debemos resolver no es la injusticia socio-económica, ni la falta de oportunidades por las groseras diferencias de la calidad de la educación, por decir asuntos relevantes en la palestra. Mi apuesta es al déficit histórico de la emoción social relacional más importante de todas: la confianza. 

No voy a entrar en los detalles (pueden verse en una serie de estudios internacionales comparados de largo aliento como la encuesta MORI) pero somos una sociedad profundamente desconfiada. Esos datos nos muestran que ante situaciones cotidianas similares, nuestra tendencia a desconfiar llega al 80% mientras que en países como Alemania la misma situación produce un porcentaje similar, pero de confianza.

Una sociedad con una desconfianza tan profunda no va a ser capaz de salir con éxito de todos los decisivos desafíos, entre ellos los socioambientales. Todos hemos escuchado la máxima “en la confianza está el peligro”. Esa frase promueve una alerta ante todo y todos, porque en cualquier momento ese “relajo” emocional llamado “confiar”, va a facilitar que nos causen un daño. Activa zonas del cerebro conectadas con la sobrevivencia y esto, a su vez, una fisiología que, a la larga, perjudica nuestra salud en todos los sentidos.

Un importante neurocientífico español, Mario Alonso Puig, tiene varias conferencias al respecto. Las recomiendo, porque explican científicamente porqué esa expresión es una amenaza para nuestra biología.

Propongo trabajar con la idea contraria: “en la desconfianza está el peligro”. Si no damos el paso a confiar, es difícil que se produzcan a tiempo todos los acuerdos políticos, sociales y económicos que faciliten la descarbonización y promuevan energías verdes accesibles a todas y a todos. Si no confiamos unos en otros, veo con dificultad que se cumplan las metas de la ley REP, en la que los consumidores juegan un rol clave pero que, hasta el momento, no son parte de ninguna ecuación operativa clara. Si no confiamos unos en otros, todos los planes para cuidar el agua quedarán entrampados en la discusión (legítima) sobre los derechos de uso, mientras perdemos las pocas gotas que nos quedan.

Confiar no es entregar un cheque en blanco. Tiene requisitos. La consultora Almabrands ha creado un indicador llamado “Icreo”, y su último informe se llama “El despertar de la confianza”. Dentro de las dimensiones claves están: la honestidad y transparencia (decir la verdad y no ocultar la información), responsabilidad (cumplir y hacerse cargo), empatía (preocuparse de verdad por el otro), respaldo (trayectoria que da seguridad) y cercanía. Este último aspecto, es cada vez más importante porque, entre otras cosas, facilita la comunicación con las audiencias.

Propongo una gran causa (algo sé de eso) que nos invite a crear experiencias que entrenen la confianza de unos con otros, y que nuestra transición ecológica sea parte de ellas. Esto no es idealismo. Es estratégico. Ojalá no sea demasiado tarde.