Chile es un país formidable. Lleno de oportunidades. Bendecido con una naturaleza majestuosa; frutas, vinos, bosques, minerales, mar generoso, montañas imponentes, campos de ensueño, climas variados, y, sobre todo, por gente buena, noble, sencilla y talentosa. Como nuestros poetas, músicos, profesores, artesanos, trabajadores, emprendedores y empresarios. Sin embargo, aquí estamos. Sin saber que hacer entre dos candidatos opuestos que representan el pensamiento radical, divido y minoritario de Chile.
Somos un país de contrastes obscenos. Y Este domingo debemos escoger entre visiones de un Chile opuesto. Uno representa el temor a perder lo avanzado con esfuerzo y trabajo, el otro la frustración de no haber conseguido ese avance, con igual esfuerzo y trabajo. El fondo es el mismo, pero los caminos distintos. La vida y el mercado nunca han sido justos. Todos lo sabemos, pero la diferencia está en que los privilegiados desconocemos la angustia. El neoliberalismo sin rostro y el comunismo férreo son igualmente crueles.
Y como país, no podremos avanzar negando la realidad del otro, por legítimas que sean nuestras propias demandas, y ahí radica el brutal dilema del Chile de hoy. Nos cuesta confiar en el otro que no vive, no siente ni piensa como nosotros.
Pero pese a ello, nuestro pueblo es sabio. Sabemos lo vivido por Venezuela y también por EE.UU, y las elecciones pasadas nos dieron un parlamento en equilibrio. Ningún polo podrá hacer y deshacer sin conversar, sin escuchar y contar con el otro, mucho menos sin considerarnos a todos. ¿Por qué si varias cabezas piensan mejor que una, nos cuesta entender que el futuro jamás le pertenece al más fuerte sino a los que mejor se adaptan al entorno siempre cambiante? Darwin era un genio.
Dentro de un año, estaremos trabajando igual que hoy. Tendremos al parlamento moderando al elegido, sea quien sea.
La política tradicional estará en proceso de renovación: izquierda, centro y derecha buscarán nuevos líderes que emergerán, tomarán gradualmente sus posiciones y deberán ser personas reales, conectadas y sensibles, menos ideologizadas, más amplias y dialogantes, porque el futuro es eso.
La economía seguirá avanzando, y sin duda deberá ser más colaborativa, pese a los temores sembrados. Los golpes del cambio climático serán aún peores, y la distribución del bienestar será más importante que la del ingreso, quizás como nunca antes. Nuestra cultura será clave. Sí hay orden en el caos, y es que lo necesitábamos.
Confiemos en Chile, en su gente, en el valor de la diversidad, en nuestra capacidad de corregir el rumbo y avanzar pese a la incertidumbre, porque esa es la forma en que la vida se manifiesta, siempre dulce, siempre agraz.