Sostenibilidad
8 de abril de 2022
El vapuleado poder | Tamara Agnic

Se ha vuelto muy sencillo atacar al poder, denostarlo e incluso demonizarlo, ¿Por qué? A mi juicio porque se suele entender que es sinónimo de abuso, de desconfianza o simplemente de corrupción. Hemos perdido la perspectiva de que “poder” y “abuso de poder” no son lo mismo. Ni sinónimos ni consecuencia de uno respecto de lo otro; menos aún es justo asociar al poder y su ejercicio con una serie de acciones y conductas que contravienen leyes o normas que definen claramente lo que se debe o no se debe hacer.

El contrato social, idea que está en la base de las democracias liberales modernas, aseguró el mecanismo y el espíritu de las relaciones entre las personas, el Estado y las distintas dimensiones de ese Estado. La separación de poderes, la limitación y en algunos casos el fin del poder monárquico, fueron ideas que conquistaron el mundo civilizado y hoy, sencillamente no se puede concebir el Estado moderno sin esos principios. El poder debe ser garantía de orden y democracia.

Sin embargo, cuando el poder no tiene contrapeso, cuando no tiene controles, no se autorregula o no posee estatutos que normen sus alcances y las relaciones entre los intervinientes, se abren espacios para el abuso de ese poder. Y lamentablemente el abuso no sólo es el atropello a normas escritas, sino que va de la mano de posiciones de privilegio que muchas veces pueden perpetuarse por el uso inadecuado de ese poder que puede emanar de la posición política, administrativa o social de una persona o grupo de ellas.

La experiencia muestra que los sistemas de control, las regulaciones y mecanismos transparentes de rendición de cuentas son condiciones básicas para combatir el abuso de poder o la corrupción de las acciones personales, grupales y empresariales. Estos mecanismos no tienen por qué ser complejos, sofisticados ni menos aún ocultos. Mientras más simples y sencillos, pueden ser mejor comprendidos por quienes deben implementarlos y por la opinión pública en general. 

La arquitectura minimalista plantea en lo esencial que “menos es más”, lo mismo que se debiese tener a la vista a la hora de diseñar e implementar un sistema cuyo objetivo es prevenir la ocurrencia de situaciones irregulares al interior de las organizaciones, desincentivando el abuso de poder y facilitando el apego irrestricto a las normas y a los valores y principios declarados.

Los antídotos al abuso de poder están ahí, al alcance de toda organización y que se resume simplemente en un buen gobierno corporativo y adecuados programas de compliance.