Milton Friedman en su famoso ensayo de 1970, planteó que la principal responsabilidad social de las empresas es aumentar sus utilidades. Esta doctrina basada en la libertad y en el mercado es la piedra angular de su pensamiento económico, ha influido fuertemente en la gobernanza empresarial y política de nuestro país desde entonces, buena parte de nuestro notable éxito económico y condiciones comparativamente favorables respecto a nuestros vecinos se deben a la ejecución de estas premisas, pero ante tan categóricos argumentos entonces ¿Por qué se produjo el estallido social?
La inteligencia habitualmente se define como la capacidad de resolver problemas, bajo este prisma Friedman ciertamente es un hombre brillante, supo depurar la esencia de la actividad económica en las reglas y funciones que explican la creación de riqueza. Si sumamos además a Michael Porter y su análisis sobre las ventajas competitivas, básicamente tenemos armado el maletín de herramientas de la estrategia empresarial del último medio siglo, ¿pero han sido estas suficientes?
Nadie discute de la enorme capacidad de resolver problemas y de aprovechar oportunidades que tienen nuestros líderes empresariales y políticos, ni de su compromiso con las organizaciones, la sociedad y el país, entonces ¿Qué está fallando? ¿Por qué estamos tan polarizados y desconfiados unos de otros?, ¿Qué nos trajo a este momento? Puede ser que la definición misma de inteligencia es la que está fallando.
La economía como ciencia se ha desarrollado mucho en las últimas décadas, y que dentro de ciertos rangos y variables tiene niveles de predictibilidad precisos, sin embargo, no debemos olvidar que los efectos hay que medirlos a nivel de sistema a largo plazo, y que opera dentro de un ecosistema complejo junto a otras ciencias sociales, como la sicología y la sociología, la prosperidad ocurre en la confluencia de todas ellas. De esta realidad se desprende una definición de inteligencia más amplia y apropiada para los tiempos que vivimos, y es la capacidad de entender el entorno ya que, como consecuencia de ello, podremos solucionar problemas de manera eficaz y eficiente.
Esta mirada más amplia sobre la inteligencia nos invita a observar lo que ocurre en nuestro entorno con un respeto reverencial hacia los hechos, buscando patrones y tendencias sutiles, reconociendo los límites del entendimiento, de las doctrinas e ideologías, entendiendo que los datos y las percepciones no son lo mismo. Para ello es necesario basarnos en la esencia inmutable de las relaciones humanas: la codependencia, la amabilidad, el cambio, la negociación, la adaptación y el bienestar general.
Nuestros líderes fallaron rotundamente, se confiaron en su capacidad de resolver problemas técnicos e inmediatos, de generar riqueza, de la teoría del chorreo, pero perdieron de vista los grandes cambios de época que están ocurriendo, estaban desconectados del sentir de la gente, aislados en sus creencias, relaciones y comunas. Primero no lo vieron venir, ahora no los conocemos, dicen.
Necesitamos líderes renovados, que sean capaces de entender el entorno, el ecosistemas social, político y económico, que sean sensibles al sentir de la gente, críticos de sus propias creencias, dispuestos a aprender continuamente, a oír, respetar, negociar y cambiar.
Sócrates lo dijo, sólo sé que nada sé. Necesitamos líderes así, humildes, inteligentes y comprometidos, que sepan ajustar las velas en dirección al bienestar, sin exclusiones ni letra chica, priorizando a las personas siempre. El olor a arrogancia, dogmatismo y codicia ciertamente no tendrán un lugar privilegiado en la sociedad que viene. Usted es, con certeza, una persona muy inteligente, pero ¿Entiende lo que está ocurriendo en el entorno?