Sostenibilidad
8 de mayo de 2019
“Los problemas que los humanos hemos creado, los humanos deberemos superarlos”

La Tierra y quienes la habitamos, hemos entrado en una nueva era geológica. Una era en la que el impacto del ser humano sobre los ciclos naturales tiene un alcance global e irreversible. El impacto es tal, que los científicos han tenido que crear una palabra para nombrarla: el Antropoceno.

Como humanidad hemos sobrepasado sistemáticamente varios de los umbrales planetarios que configuran la capacidad de los sistemas que sostienen la vida tal como la conocemos. Ya estamos sintiendo la  evidencia del cambio climático global, que llegó para quedarse. Pareciera ser, que la cadena de consecuencias ya está desencadenada. Nuestras comunidades, territorios e instituciones ya se están viendo enfrentadas a situaciones extremas en condiciones y magnitudes nunca antes vistas. Las condiciones que generan mega incendios, inundaciones, sequías serán cada vez más frecuentes. Nuestros hijos y nietos vivirán un futuro radicalmente diferente al que vivió nuestra generación.

Tengo fe en que, más tarde que temprano, como humanos lograremos una transición global de los sistemas de producción, transporte y consumo. Avanzaremos en el aprovechamiento de las energías renovables. Nos esforzaremos en reciclar y lograremos transitar hacia una economía circular. Todo eso es necesario y está bien.

Pero, ¿y si no fuera suficiente?  Todo lo que hagamos suma para evitar caer en un escenario aún peor. La evidencia científica nos llama a una acción urgente y sin precedentes.

Unos dicen que ya es tarde. Otros, que aún estamos a tiempo.

El último reporte Global Environment Outlook (GEO6) señala que en algunas dimensiones avanzamos en la dirección correcta pero a ritmo insuficiente. En otras dimensiones, avanzamos en la dirección incorrecta.

El pesimismo nos llevaría a un individualismo de supervivencia del “sálvese quien pueda”. Un optimismo inconsciente, puede anestesiarnos frente a la necesidad de un sentido de urgencia compartido. Más allá de las poderosas voces del pesimismo institucional y del optimismo tecnológico, algo que marcará realmente la diferencia en la resiliencia territorial y comunitaria, será la capacidad de aprender colectivamente a organizarnos y dotarnos de mecanismos adaptativos que nos permitan tanto prevenir y gestionar los riesgos como articular la colaboración entre instituciones, empresas y comunidades. Bienvenidas las nuevas tecnologías (TIC) a estos procesos de transición, pero bienvenidas también las tecnologías para la acción colectiva (TAC).

En mi trabajo como facilitador de procesos colaborativos en diversos territorios afectados por conflictos socio-ambientales agravados por el cambio climático, he observado que, si bien existe un amplio acervo de saberes locales, la sabiduría colectiva no emerge siempre espontáneamente. En contextos marcados por culturas de desconfianzas recíprocas, por historias de abuso de poder, con tejidos sociales deteriorados por juicios y rumores, por narrativas inculpatorias que buscan concentrar la culpa en chivos expiatorios, por proyecciones lineales y anhelos exponenciales, las condiciones psico-socio-ambientales actúan como inhibidoras invisibles, y a menudo inconscientes, de la tan urgente como necesaria colaboración multiactor para la sostenibilidad.

En el pasado, como especie hemos evolucionado sobreviviendo por generaciones a siglos, incluso milenios, marcados por guerras, pestes, terremotos, glaciaciones, plagas y todo tipo de amenazas a la vida. Cada generación ha tenido sus desafíos. Hoy, la mayor amenaza la hemos provocado nosotros mismos con nuestro apego a un consumismo insaciable e inconsciente, que sostiene estructuras insostenibles. Los problemas que los humanos hemos creado, los humanos deberemos superarlos. Por ello, aprender a colaborar sabiamente aún a pesar de nuestras diferencias, puede ser fuente de esperanza y transformación.